Curiosamente este fin de semana he tenido un pequeƱo accidente, un simple parachoques contra parachoques sin mĆ”s importancia, pero ha traĆdo a mi memoria el Ćŗltimo de los relatos en mi antiguo blog.
El Accidente.
Juan apenas contaba con diecinueve aƱos cuando empezĆ³ a sacarse el carnĆ© de conducir.
Desde pequeƱo habĆa soƱado con poder tener su cochecito y bandearse por su cuenta. Pero eso del tema de la conducciĆ³n se le estaba haciendo mĆ”s complicado de lo que pensaba. Pisar el embrague, el acelerador, tambiĆ©n si el freno y ademĆ”s la palanca de cambio, y todo eso ademas mirando a todos los espejos y sin despeinarse.
Todo el mundo le decĆa que era cuestiĆ³n de prĆ”ctica.
- Una vez que te hagas a ello, ya veras, no te va a hacer falta ni pensar en lo que haces.
- Si lo se. - Pensaba para si Juan. - Pero cuando llegara ese momento!
Las clases en la academia se sucedĆan semana tras semana, y despuĆ©s de casi dos meses, pensĆ³ que ya estaba listo para el examen prĆ”ctico. En el teĆ³rico no habĆa tenido ningĆŗn problema, pero el prĆ”ctico, "Ay!, el prĆ”ctico" pensaba Juan, eso es harina de otro costal.
Finalmente llegĆ³ el dĆa del examen, y llegĆ³ el dĆa de la gran decepciĆ³n, pues Juan no consiguiĆ³ pasar. Triste, cabizbajo y humillado volviĆ³ a casa. Su madre le abrazĆ³ y le consolĆ³.
- No te preocupes hijo. - Le dijo su madre. - Estoy segura que el prĆ³ximo lo vas a pasar, ya veras. Le voy a rezar a la virgencita y ella te va a echar un manita la prĆ³xima.
- ¿Y en que fue que te equivocaste? - Le espetĆ³ su padre, siempre tan serio y responsable.
- Casi me salte un semƔforo en rojo, papa. - Le dijo Juan.
- ¿Un semĆ”foro en rojo? ¿Sabes lo que te podrĆa haber pasado? ¿En quĆ© estabas pensando? - Le recrimino su padre, esta vez con un tono mas serio.
- HabĆa un camiĆ³n a mi lado, y no pude verlo hasta que ya era muy tarde. FrenĆ©, pero pise la lĆnea y por eso me suspendieron. - Dijo Juan intentando justificarse.
- Juan, tienes que tener mĆ”s cuidado. Es por tĆ. El coche es algo muy peligroso. - AcabĆ³ el padre, esta vez mas conciliador y paternal.
DespuĆ©s del varapalo, Juan decidiĆ³ que no se iba a dar por vencido. La semana siguiente iba a continuar con las clases, pero ya empezaban a ser muy costosas para sus padres, y no sabĆa de que otra manera podrĆa practicar.
Siempre habĆan pensado en pedirle a su padre que le dejara su coche y le diera alguna clase. Su padre siempre tenia muy buen cuidado de su coche, y no era ni la primera ni la segunda vez que le habĆa visto ponerse a discutir, casi a pelearse por algĆŗn asunto de trĆ”fico. Por eso que Juan siempre habĆa tenido reticencia a pedirle ayuda, pero sabĆa que un par de horas mĆ”s al volante le podrĆan venir muy bien, asĆ que se armĆ³ de valor y decidiĆ³ preguntarle a su padre.
- Papa, ¿te puedo pedir una cosa? - Le preguntĆ³ a su padre un SĆ”bado por la tarde.
- ¿QuĆ© quieres hijo?
- ¿Puedes darme una clase de conducir con tu coche esta tarde? Quiero examinarme en dos semanas y no quiero gastar mĆ”s dinero en clases de la academia.
Su padre se quedĆ³ mirĆ”ndole fijamente. Era buena noticia que no se hubiera negado a la primera. Eso significaba que al menos lo estaba pensando.
- Bien, podemos ir esta tarde si no vas a hacer nada con tus amigos. - Le respondiĆ³ finalmente su padre.
Juan se quedĆ³ con la boca abierta. Nunca tuvo muchas esperanzas que aquello prosperara, y no sabĆa ni que decir.
- Claro, claro. Podemos ir cuando tu quieras, papa.
Una hora mas tarde bajaban al garage donde el coche de su padre dormĆa cada noche, era casi como otro miembro de la familia para Ć©l.
- Yo lo saco del garage. - Le dijo. - Esta muy complicado con tanta columna. Dime donde das las clases y ya lo coges tu allĆ.
- Claro, mira es .... - AsĆ Juan le explicĆ³ a su padre donde daba las clases en la autoescuela.
En apenas cinco minutos llegaron a la tapia posterior del cementerio. Aquella era una calle ancha y de escaso trĆ”fico, donde la mayorĆa de las autoescuelas llevaban a sus alumnos para las primeras clases de conducir.
Juan ya llevaba tiempo circulando por zonas mĆ”s concurridas, pero no querĆa tentar demasiado a su suerte, por lo que prefiriĆ³ ir al area mas tranquila que conocĆa. AdemĆ”s en fin de semana el trĆ”fico era todavĆa mas ligero, por decir que habĆa trĆ”fico alguno.
Llevaba ya mas de media hora Juan circulando. Los primeros cinco minutos se sintiĆ³ muy nervioso. SentĆa la mirada de su padre todo el rato fija en Ć©l, constantemente diciendo lo que tenĆa que hacer o que no hacer. Pero poco a poco, padre e hijo se empezaron a relajar.
- ¿Puedo llevar el coche hasta el garage? Solo hasta la entrada del garage. - PreguntĆ³ Juan, ya bien envalentonado y seguro de si mismo.
- Bien, - RespondiĆ³ su padre. - Pero ten cuidado, ya sabes que hay mĆ”s trĆ”fico ahora cerca de casa.
La casa de los padres de Juan estaba en la esquina de una calle muy concurrida. TodavĆa no era muy tarde, pero en poco tiempo el trĆ”fico seria muy pesado.
Estaban a menos de dos manzanas de llegar cuando todo ocurriĆ³. El semĆ”foro se abriĆ³ y todos los coches empezaron a moverse bien rĆ”pido para poder pasarlo. Juan acelerĆ³, pero cuando estaba a pocos metros de la luz, esta se puso en rojo. El coche de adelante frenĆ³ bruscamente. Juan iba mĆ”s rĆ”pido lo que deberĆa.
- Frena, Frena! Haste a un lado, hazte a un lado! - Le gritaba su padre.
Juan se sintiĆ³ muy nervioso, no supo como reaccionar en esa situaciĆ³n. FrenĆ³ el coche lo que pudo mientras que giraba hacia el interior de la calzada. Pero no fue suficiente. Juan sintiĆ³ el impacto. El lado derecho contra la parte trasera del coche delantero. No habĆa sido un golpe fuerte, pero Juan sabĆa que habĆa roto el faro izquierdo y le habĆa echo un buen bollo al coche de su padre.
Juan pensĆ³: "Mi padre me va a matar aquĆ mismo". Bueno, no tanto, pero sabĆa que era cuestiĆ³n de segundos que su padre empezara a gritarle histĆ©rico, como habĆa visto que en otras ocasiones lo habĆa hecho con otros conductores.
- MuĆ©vete a mi asiento y no salgas del coche. - Le dijo su padre muy tranquilamente. - RĆ”pido, cĆ”mbiate aquĆ, no te muevas y no salgas, ni digas nada. - Le repitiĆ³ su padre mientras salĆa del coche.
Juan estaba todavĆa con la impresiĆ³n del golpe, pero quizĆ”s la reacciĆ³n de su padre le habĆa impresionado todavĆa mĆ”s.
Una mujer rubia, de pelo rizado saliĆ³ del coche de delante. Su padre ya estaba fuera. Estuvieron hablando un buen rato. La mujer parecĆa tomĆ”rselo sin mĆ”s problemas. El padre de Juan volviĆ³ al coche.
- Abre la guantera y dame los papeles del coche y del seguro que estƔn dentro.
A Juan le costĆ³ abrir la manilla de la guantera, tenĆa las manos frĆas y sudorosas, estaban a mitad de Julio, a mĆ”s de treinta grados a la sombra. FinĆ”lmente consiguiĆ³ girar la manilla y abrir la guantera. Intento buscar lo mas rĆ”pidamente posible lo que le habĆa pedido su padre, a pesar de que no tenĆa ni la mĆ”s mĆnima idea de lo que era.
Acabo dandole un buen montĆ³n de papeles. Su padre los cogiĆ³ y le devolviĆ³ la mitad. Se fue de vuelta con al mujer rubia de pelo rizado, para intercambiar los datos del seguro.
Diez minutos despuĆ©s su padre, arrancaba el coche de vuelta a casa. Juan seguĆa todavĆa atĆ³nito. No se atrevĆa a hablar. En su interior seguĆa esperando una gran bronca. Pero su padre se mantenĆa en silencio.
AsĆ discurriĆ³ el resto del trayecto. Juan no recordaba cuanto fuĆ©, pero se le hizo eterno. No sabĆa que era peor, el silencio o que su padre le pudiera gritar.
Entraron al garage, su padre aparcĆ³ el coche. Salieron y cerrĆ³ las puertas. Cuando se dirigĆan al ascensor Juan notĆ³ como su padre volteaba la cabeza para mirar el coche.
Al final Juan se decidiĆ³.
- Lo siento papa. Ha sido mi culpa. Lo siento. Lo siento mucho - Le dijo Juan, casi sin poder mirar a su padre a la cara.
- Lo se hijo. Yo tambiĆ©n lo siento. - Le respondiĆ³ su padre.
Juan se quedo todavĆa mĆ”s sorprendido.
- ¿Por que se disculpa mi padre conmigo? - pensĆ³ Juan, a penas le diĆ³ tiempo a responderse cuando su padre volviĆ³ a hablarle.
- No tenĆa que haberte gritado. No tenĆa que haberlo hecho. TĆŗ estabas conduciendo, estĆ”s aprendiendo, podrĆas haberte puesto mĆ”s nervioso. PodrĆamos haber chocado con un coche viniendo de frente, y nos podrĆa haber pasado algo grave. JamĆ”s me lo hubiera perdonado, hijo. - Le dijo su padre, casi con lĆ”grimas en sus ojos. - JamĆ”s me hubiera perdonado que te hubiera pasado algo por mi culpa. Lo siento.
Juan sintiĆ³ que iba a empezar a llorar, allĆ estaban los dos, Juan jamas habĆa visto llorar a su padre y ahora veĆa como una lĆ”grima caĆa por su mejilla. Se abrazaron los dos, como hacĆa muchos aƱos que no lo habĆan hecho.
- Te quiero papa.
- Te quiero hijo, te quiero. Ahora subamos a casa y a ver como le contamos todo este lĆo a tu madre sin que se asuste. - AcabĆ³ su padre dedicĆ”ndole una sonrisa.
Aquel dĆa Juan comprendiĆ³ lo que realmente su padre le querĆa y que quizĆ”s nunca se lo habĆa hecho saber, pero Juan hoy lo entendiĆ³, y jamas pudo olvidar aquel pequeƱo e insignificante accidente que tanto significo para Juan, y para su padre.
6 Comentarios
Hola, buen relato, es en los momentos de tensiĆ³n y preocupaciĆ³n extrema cuando los padres salen a sacarnos adelante y a reforzar su amor hacia nosotros.¡ Buena lecciĆ³n!
ResponderEliminarTienes toda la razĆ³n, ellos siempre responden cuando mĆ”s se les necesita.
EliminarGracias por tu comentario.
Excelente escrito
ResponderEliminarMuchas Gracias!
EliminarMuy bonito relato. Es curioso como los hijos muchas veces tienen una concepciĆ³n equivocada de los padres y viceversa. Cuesta en la adolescencia encontrar el diĆ”logo entre padres e hijos pero ambos se necesitan y el accidente del escrito es un muy buen ejemplo
ResponderEliminarMuchas gracias por tus comentarios. Tienes mucha razĆ³n. Muchas veces no comprendemos y entendemos a nuestros padres y lo cuanto que realmente nos quieren.
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